Lluís-Xavier Flores Abat (University of Kent at Canterbury, Reino Unido). A pesar del retraso respecto al límite establecido por la Ley de uso, protección y promoción de las lenguas propias de Aragón (en su disposición adicional segunda), el también demorado Consejo Superior de Lenguas de Aragón, trabaja durante estos días en la configuración de los entes normativos oficiales de nuestros dos idiomas patrimoniales minoritarios; dos si consideramos que la singularidad del benasqués será reconocida y respetada por el ente regulador de la lengua aragonesa. Se tratan, pues, de la Academia d’a Luenga Aragonesa y la Acadèmia Aragonesa del Català, denominaciones éstas recogidas en su versión castellana en la mencionada ley, y que nos permitimos transcribir traducidas en sus respectivas lenguas por simple coherencia (Posiblemente en la fecha que sea publicado este artículo ya sepamos los nombres de sus primeros académicos).
Encara así la Diputación General de Aragón, con un desfase de tres décadas respecto al reconocimiento por parte del gobierno asturiano de la Academia de la Llingua Asturiana, la aprobación de los estatutos y nombramiento de los primeros miembros del ente normativo del único idioma español, hasta la fecha, no regulado oficialmente: el aragonés. Y lo hace, junto a su hermano catalán, bajo una coyuntura política y económica difícil, en donde la voluntad y compromiso del Gobierno merece ser elogiado, si ello se traduce en una firme política de desarrollo de nuestras lenguas autóctonas. Esperemos que el inalcanzable consenso entre partidos políticos en las Cortes no se repita entre los miembros del citado Consejo a la hora de elegir a los primeros académicos, y que a su vez no se produzca entre éstos en el seno de las academias, ya que de todas estas instituciones depende el establecimiento de las bases de una efectiva planificación lingüística en nuestra comunidad.
Precisamente por ello querríamos reflexionar sobre algunos principios que consideramos esenciales para su exitoso establecimiento. Uno ya lo hemos señalado, y se trata de sus nombres, porque ¿se imaginan ustedes la Real Academia Española luciendo una denominación oficial en inglés? Ciertamente sería caricaturesco, y por consiguiente también lo sería si, independientemente de la oficialidad exclusiva del castellano en nuestra comunidad, ambas instituciones no fueran (re)conocidas oficialmente en sus respectivos idiomas, aquellos que a su vez deben de “fijar, limpiar y dar esplendor”. En este sentido los responsables de éstas tendrán que ser personas “de reputada solvencia” (artículo 15.3) y, obviamente, hablantes de dichos idiomas (¿no?), porque ¿concebirían ustedes, por ejemplo, que los miembros de la RAE no hablarán español? Rotundamente, no. Y aun más, estos académicos, indiscutiblemente, habrán de considerar el aragonés y el catalán como lenguas (”dialectos”, eso sí, del latín) sin hacer uso de otros ambages calificativos usados por algunos hispanistas zaragozanos, en contra de lo que la comunidad romanística internacional califica hace tiempo como idiomas, y guardando la coherencia con las denominaciones oficiales de las instituciones que representan. Así pues, confiamos que en el caso de la Academia d’a Luenga Aragonesa los nombres de sus primeros miembros sean escogidos de entre las cuatro instituciones que hasta el momento se han ocupado en su conjunto y con exclusividad (aunque con diferentes grados de dedicación y de recursos humanos y económicos) a su investigación y difusión: la Universidad de Zaragoza, y las asociaciones privadas Consello d’a Fabla Aragonesa (CFA), Sociedat de Lingüística Aragonesa y el Estudio de Filología Aragonesa - Academia de l’Aragonés (EFA), ésta última, por cierto, autora de la mejor y más completa propuesta ortográfica hasta la fecha publicada, que haya tenido la tan delicada lengua aragonesa (http://www.academiadelaragones.org), y todas sus hablas vivas así como el benasqués.
Si por lo que respecta a las tres últimas entidades no dudamos que en ellas se encuentran gran parte de los “filólogos (y) personalidades (…) de reputada solvencia” que explicita la intitulada “ley de lenguas”, también hemos de reconocer que en el Departamento de Lingüística General e Hispánica, ya sea en el campus universitario de Zaragoza o en el de Huesca, trabajan filólogos, hablantes de aragonés y/o catalán, igualmente con una clara idea de lo que significan estas lenguas, y de cómo llevar a cabo una efectiva normativización y normalización en sus respectivas áreas lingüísticas. Porque, ¿qué es si no lo que le pedimos los hablantes de español a la RAE? Pues sencillamente que fije, limpie y de esplendor a nuestra lengua castellana. Y eso mismo es lo que esperamos los aragonesohablantes por parte de la Academia de la Luenga Aragonesa (ALA) y los catalanohablantes de Aragón de la Acadèmia Aragonesa del Català (ACAC).
Así pues, si en el caso del catalán la flexibilización del estándar actual y por ende la consolidación de las variaciones regionales aragonesas, en igualdad de condiciones que las barcelonesas, baleáricas y valencianas habría de ser el eje central de l’ACAC, en el caso del aragonés, a parte de “limpiarlo” de vulgarismos y “darle esplendor” con la fijación de un modelo estándar y posibles paraestándars (en el caso del benasqués una necesidad, tal como se desprende del art. 7.1.c), un primer cometido de la ALA, de insdiscutible y vital urgencia, ha de ser la aprobación de una normativa gráfica común (¡ahora hay 4 diferentes!). Para ello no dudamos que será tomada muy en cuenta la mencionada propuesta del EFA -muy próxima a la defendida por la Sociedat (2006), y que completa y mejora la del Grupo d’Estudios de la Fabla Chesa de 1990-, ya que ésta supera la tan innovadora y rupturista ortografía de 1987 (nunca acatada por chesos, ansotanos, y parcialmente por benasqueses) y que siempre ha sido cuestionada en público por la mayoría de hispanistas zaragozanos y en la actualidad por una parte muy importante del movimiento asociativo en defensa de la lengua, pero también (y no creo descubrir con ello nada nuevo) en privado por muchos de mis profesores y colegas filólogos que vienen participando desde hace años en las Trobadas del Consello d’a Fabla Aragonesa, la asociación filológica que hoy en día más se entesta en defenderla, casi con exclusividad.
Una entidad, el Consello, de la cual soy socio (como también lo soy de la Sociedat, Nogará-Religada o el Rolde de Estudios Aragoneses) y que a pesar de impulsar en su día la creación de un referente normativo en el marco del II Congreso de l’Aragonés (2006), critica ahora la labor de la propia EFA, no sin antes haber intentando erigirse de manera unilateral e infructuosamente erigirse como “academia de la lengua aragonesa” con la creación de su “Consello Asesor de l’Aragonés” (2000). Y digo esto porque debo reconocer que siempre he discrepado con esta maniobra del Consello, como así lo hicieron en su día otros de sus destacados dirigentes que acabaron distanciándose de él, para fundar o colaborar activamente con otras asociaciones como las citadas Sociedat de Lingüística Aragonesa (2004) o Estudio de Filología Aragonesa (2006), comandadas por cierto por dos benasqueses, José Antonio Saura y Manuel Castán, respectivamente.
Y aunque eso no me hace negar mi total admiración y reconocimiento a la magnífica labor en pro de la normalización del aragonés que ha llevado a cabo durante años el Consello (cosa que me llevó hace años a asociarme), tampoco no puedo esconder mi firme y total apoyo a la grafía propuesta por el EFA, no sólo por su fidelidad a la tradición gráfica del idioma aragonés (tema que sigo estudiando), su notoria calidad y su coherencia con todos sus dialectos, sino a la tan modélica manera en cómo ha sido redactada y tomado en cuenta la opinión de un gran número de hablantes patrimoniales, escritores e investigadores vinculados a los valles de Echo, Ansó, Panticosa, Bielsa, Chistau, la Fueva y Benasque, la zona de Ayerbe y las comarcas de las Cinco Villas, Sobrarbe y Ribagorza, en donde más vivamente se conserva la lengua aragonesa.
Aun así, y volviendo a la actualidad, la inminente presentación de la Academia de la Llengua/Lluenga Aragonesa (así en su doble versión ribagorzana) se produce en un escenario marcado por cierta tensión, tal como demuestran las que consideramos desafortunadas declaraciones de miembros del Consello como Francho Nagore, Chusé Inazio Navarro o Manuel Marqués, quienes hace unos meses la han descalificado con argumentos falaces, simplistas y acientíficos (algunos de ellos perfectamente aplicables a la normativa del Consello o de 1987, como también es conocida), y con un estupor tal que no es propio de quienes dicen ser defensores del aragonés, sino más bien de quien tiene intereses extralingüísticos. Y este estado de enfrentamiento continuo (primero lo fue el Consello con los chesos, luego con el Departamento de Hispánicas de la Universidad de Zaragoza y finalmente con la EFA) me apena terriblemente, porque como valenciano, he sido testimonio de una larga, intensa y estéril lucha fraticida entre dos bandos, polarizados en sus respectivos “búnkers” y “capillitas” como en el caso aragonés, que ha frenado exitosamente durante años la normalización de un idioma que todos queríamos, hasta que la creación de la Acadèmia Valenciana de la Llengua (1998) ha conseguido minimizar su efecto.
El aragonés, la lengua románica más desprotegida de Europa, es un patrimonio inmaterial de Aragón que necesita ser restaurado, conservado y potenciado por todos, ya que no sólo un cuadro o una ermita requiere de inversiones públicas para ser rehabilitados (no seamos demagógicos ni ingenuos). Por eso mismo apelo urgentemente desde estas líneas a la responsabilidad, seriedad y cautela de todos los que valoramos la lengua aragonesa, en un momento clave en que se discute la configuración de su ente normativo, porque ya es hora que seamos conscientes de una vez por todas que estamos hablando de un idioma minoritario y minorizado, del cual todos sus hablantes (como así reconocieron los miembros del II Congreso de l’Aragonés, ahora del EFA) son sus protagonistas y máximos responsables. Y ya vengan de conocidos dirigentes del mundo asociativo como de aquellos que escriben tesis, gramáticas o novelas, cualquier descalificación o insulto al trabajo entre compañeros de viaje están totalmente fuera de lugar. El consenso ha de ser nuestro leit motiv; se acabaron pues los personalismos y exclusivismos, puesto que ahora todos somos “pais” y “mais” de l’aragonés.
Y todo ello porque deseamos que el montañés recupere su dignidad a la hora de hablar este idioma milenario, y lo aprendan nuevos hablantes, pero también porque queremos que tanto el aragonés como el catalán de Aragón recuperen todos los ámbitos de uso que posee su hermano castellano, ya que los tres deben ser vehículo normal de expresión y rasgo identitario del pueblo aragonés. Que el Gobierno de Aragón no olvide que las leyes están para cumplirlas,el patrimonio para conservarlo y las lenguas para ser usadas.
Fuente: www.rondasomontano.com
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