La lengua aragonesa, que forma parte de nuestro acervo cultural, sobrevive con dificultad tras un largo recorrido histórico. Y de nuevo parece que las esperanzas de un reconocimiento se desvanecen.
Por José Mª Satué Sanromán, escritor
Como hablante materno, escritor y estudioso de una de las ‘variedades’ o ‘modalidades’ lingüísticas más comunes de Aragón, contemplo con inquietud la polémica que, en estos últimos tiempos, se está creando alrededor del aragonés y quisiera manifestar mi opinión ante esta situación. Da la impresión de que este tema es una fuente interminable de problemas, de dificultades e inconvenientes, cuando en la historia ha sido todo lo contrario: un medio natural de comunicación y de relación social, al servicio de los ciudadanos de esta tierra, desde tiempos ancestrales.
Consideramos que las lenguas son libres, como los pájaros y el viento, que no entienden de fronteras ni de cuestiones políticas. Como entes vivos que son, tienen unas raíces, un desarrollo y una evolución; se influyen unas a otras, intercambiando elementos; varían en extensión, también en valoración, algunas se quedan al borde de la extinción, incluso llegan a desaparecer… En distintas partes de Aragón, especialmente en la zona pirenaica, desde hace más de un milenio, se fueron desarrollando unas originales formas de expresión, diferenciadas del castellano, aun procediendo del mismo tronco común. Estas ‘hablas’, ‘variedades’ o ‘modalidades’ lingüísticas, constituyen lo que entendemos por aragonés, que forma parte indudable de nuestro acervo cultural. El aragonés ha sido testigo inseparable de nuestra historia, con una evolución desigual a lo largo de los tiempos, en total libertad, sin tutelas oficiales. Sorteando muchos obstáculos ha conseguido llegar hasta nuestros días, ya bastante herido.
La ley de lenguas (Ley 10/2009), promovida por el partido gobernante entonces, salió adelante con apoyos minoritarios, sin el ansiado consenso, pero nos hizo soñar con una esperanza para el aragonés. De acuerdo con ella, se constituyó el Consejo Superior de Lenguas, con 15 miembros, que aprobaron los estatutos de la Academia de la Lengua Aragonesa y llegaron a proponer a los nueve primeros académicos, el 7 de mayo de 2011… Estos no llegaron a ser nombrados oficialmente, por las circunstancias que sea, es decir, no se constituyó la Academia. Y en este punto se acabó la esperanza, puesto que el 22 el mismo mes se celebraron las elecciones autonómicas, que trajeron consigo un cambio de gobierno, conformado ahora por el partido mayoritario que no había aceptado la mencionada ley, siendo uno de sus objetivos modificarla sustancialmente.
En el borrador que están reparando se dice que «reconocerá las modalidades lingüísticas» (¿sería tan complicado aceptar que estas ‘modalidades’ conforman el aragonés, y no poner en tela de juicio este concepto?), y pretende «reforzarlas, promocionarlas y protegerlas » (bonitas palabras, ¿quieren especificar cómo lo harán? Eso es precisamente lo que el aragonés espera…).
Por otra parte, si suprimen la Academia de la Lengua Aragonesa, ¿qué organismo oficial regulará las normas lingüísticas y de uso? Sea Academia, Instituto o Estudio, tenga el nombre que quieran, pero los hablantes, escritores y estudiosos del aragonés demandamos unas normas ortográficas oficiales, para que sean aceptadas por todos, en todas las ‘modalidades’. Esto las afianzaría, les daría una mayor cohesión y una buena imagen visual, porque si unos escriben ‘zezina’ y otros ‘cecina’, por ejemplo, no creemos que sea muy aleccionador. También facilitaría la enseñanza. Por si alguien no lo sabe, hoy día tenemos un variado y abundante repertorio para elegir (alguna muy completa y elaborada con criterios científicos), además de una abundante producción literaria, gracias a las asociaciones, colectivos, grupos, filólogos y estudiosos que trabajan en pro del aragonés, en las distintas ‘modalidades’. Por tanto, la falta de dinero no sería motivo para rehusar esta petición, sólo se requiere voluntad y sensibilidad.
Se pone en duda también la consideración de ‘lenguas propias’ a las habladas en Aragón, cuando así se refleja en el Estatuto de autonomía del año 2007 (art. 7º) y en la ley de patrimonio cultural aragonés (Ley 3/1999). ¿Para qué aprobamos las leyes? Llegados aquí, la ‘cooficialidad’ y la ‘obligatoriedad’ nos suenan a sainete, ¡ni las soñamos!
A pesar de todas las vicisitudes, el aragonés, aferrado a una cadena de ‘variedades’ o ‘modalidades’, sobrevive como puede, observando las controversias políticas que se desarrollan en su entorno, a través de más de diez mil hablantes, varios millares de simpatizantes, muchas asociaciones culturales, institutos, estudios, colectivos y numerosos escritores, que trabajan con ilusión, sorteando las dificultades del camino, dando testimonio de su existencia. A todos ellos les animamos a seguir en la lucha, a defender a toda costa el aragonés, como parte integrante de nuestro patrimonio cultural. ¡Manifestemos nuestras inquietudes! Y todos juntos gritemos: ¡No dejéis morir nuestra voz! (‘¡No deixez amortar a nuestra voz!’).
Fuente: Heraldo de Aragón (edición papel)
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