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OTRO COMPROMISO, POR JOSE BADA PANILLO.

Me invitaron recientemente a participar en una mesa redonda organizada por el X Congreso Internacional de Lingüística General en el Paraninfo de Zaragoza, anunciada con el título ‘Despertando las lenguas’. Dado el tema, las circunstancias, el contexto, el marco incomparable, la compañía de los mejores expertos, la ocasión, la perplejidad en la que me encuentro personalmente, el desconcierto de la política lingüística del Gobierno –el pertinaz silencio de los responsables- y la preocupación de todos los miembros del Consejo Superior de las Lenguas de Aragón, no podía negarme.

Se nos preguntó, primero, qué pensábamos sobre la posibilidad y utilidad de una política lingüística. Claro, no es lo mismo hacer política con la lengua que a favor de una lengua. Los griegos llamaban liturgia al servicio público. La liturgia que hacen con la lengua los políticos, ya sean ministros o funcionarios, puede ser un servicio “verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable….”. Una bendición, si hablan bien; dos, por lo menos, cuando escuchan; tres cuando responden, y un montón de bendiciones cuando hacen lo que deben hacer. Que los políticos hablen mal es un síntoma desagradable. Que no escuchen ni respondan, que den la callada por respuesta y esta sea su real gana es una enfermedad mortal.

Ahora bien, la pregunta sobre la mesa no era qué hacen los políticos con la lengua, sino a favor del uso de las lenguas en sociedad; por ejemplo, qué se hace en este país por el romance aragonés –que agoniza- y por esa otra cosa -¿se puede decir?- que se habla en las comarcas orientales. Y en concreto si es deseable una intervención para normalizar el uso lingüístico y en que circunstancias. Estoy de acuerdo, con matices, en que “las lenguas han tenido siempre dos enemigos: los inquisidores que las prohíben y los que las imponen” (Fernando Savater). Pero la normalización de una lengua vernácula no es eso. Si no soltarla primero y liberarla para que nadie se la muerda y, después, darle alas para que el habla –que siempre tiene su acento- levante el vuelo y entre en dialogo con otras lenguas del mundo. Cuando una lengua oficial sobreviene y domina a la vernácula en el mundo de la vida, se crea un estado políticamente insostenible en democracia. Un pueblo que no puede expresarse en su propia lengua no es libre en su propia tierra.

No es normal que para acceder al dialogo con todos, se abandone la lengua materna que es el acceso natural a cualquier otra. No es normal que se quede en la puerta de la escuela o del ayuntamiento. Ni humano quedarse en casa, en el pueblo, en la modalidad lingüística o en el habla sin ascender a la lengua, a otras lenguas y abrirse a la comunicación universal. Sin olvidar nunca que toda lengua vive en el habla y cualquier habla sobrevive en su lengua. Y es que el entendimiento, la conversación y la convivencia entre los hombres es el horizonte que todo lo comprende y la única frontera infranqueable del lenguaje.

Creo que las lenguas se han extendido desde el poder como lenguas de cancillería y con el mercado como lengua de mercaderes. Y que mientras los amos han puesto nombre a las cosas o las cosas bajo su nombre, los mercaderes les han puesto precio y las han llamado según su conveniencia. Hace unos días, en la festividad de Sant Vicent Ferrer, celebramos el último pleno del Consejo Superior de las Lenguas de Aragón . Uno de los consejeros nos obsequió con los dos primeros títulos de una serie –Biblioteca Pirineus, de Xordica Editorial- en la que se recogen textos en aragonés. El primero contiene la obra de Dámaso Carrera (1849-1909), el amigo de Costa y del francés Saroïnhandy que estudio el habla de Graus y su comarca. Soy de Favara del Mararranya y he leído sin dificultad, y con agrado, al Ferrero de Graus, Damaso Carrera. Y me he acordado de San Vicente Ferrer, que predico en Graus, del Compromiso cuyo centenario celebramos y de la colegiata de Caspe, en la que el dominico valenciano proclamó el acta escrita en latín medieval: la lengua madre de las tres sórores de Aragón que no siempre se llevan bien.

Si un valenciano predicó en Graus y lo entendieron, y si un aragonés del Matarranya “enten a un catalá de Barçelona, ¿per què dimonis no ha de entendre un aragonés de Saragossa que parle castellà a un altre de Fraga? Creume si os dic que a Fraga no parlen polaco. ¿Me enteneu?” Pues, eso. Es una vergüenza que se catalogue esa ‘modalidad lingüística’ como parte integrante del “patrimonio cultural aragonés” y se defienda ese ‘bien inmaterial’ con menos ahínco que otros ‘bienes de Aragón’ que también son de la Franja.

La disputa entre los pueblos de la corona –que pudo ser de rosas y acabo siendo de espinas- viene de lejos. Mientras una lengua se muere, el aragonés, a la otra se le niega hoy el derecho a vivir en su propia tierra. Y se alza el discurso de las ‘modalidades lingüísticas’ para acabar con las lenguas. Propongo celebrar el VI Centenario del Compromiso de Caspe con otro compromiso que zanje la discordia entre los hablantes de las lenguas de Aragón. Los hombres se entienden hablando. Y para qué sirven las lenguas si no nos entendemos.

Fuente: Heraldo de Aragón (edición papel)

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